“Exterminaré a la langosta, para que no arruine sus cultivos y las vides en los campos no pierdan su fruto”, dice el Señor Todopoderoso (Malaquías 3:11).
Hace algunos años fui testigo de una situación extraordinaria que nos recuerda hasta qué punto Dios es bueno, y fiel a sus promesas. Trabajaba yo en una iglesia de la Ciudad de México a la que pertenecía una mujer realmente asombrosa. Era de un espíritu muy agradable y Dios la usaba de manera muy efectiva para el bien de otros. Parecía que dondequiera que ella fuera quedaba la fragancia suave del conocimiento de Cristo.
En cierta ocasión llegó a la iglesia temprano para el servicio del miércoles por la noche, pero se quedó en el taxi conversando con el conductor. Al principio me preocupé porque se retrasaba, pero después vi que el taxista estacionaba su vehículo y acompañaba a nuestra hermana para escuchar el sermón de esa noche. Quedé profundamente conmovido.
Su influencia también se dejaba sentir en su familia. Ella era la única adventista pero sus hijos la apoyaban y la respetaban mucho. Uno de ellos tenía varios taxis y aceptó la verdad de que Dios bendice a aquellos que le devuelven el diezmo de sus ganancias. Para ese momento yo trabajaba en la oficina de la Asociación local. El hijo de esa hermana venía cada cierto tiempo, depositaba el diezmo y, después, orábamos juntos.
Cierto día llegó visiblemente emocionado y me dijo que tenía algo extraordinario que decirme. Pocos días antes le habían robado uno de sus taxis. Normalmente esos automóviles nunca aparecen porque los ladrones inmediatamente los desmantelan y venden las piezas en el mercado negro. En algunos casos, los restos del vehículo aparecen tiempo después en algún suburbio de la inmensa metrópoli. Cuando el joven recibió la noticia de que le habían robado su taxi, acudió inmediatamente a su madre, muy preocupado, pero ella le dijo que mantuviera la calma. Entonces se arrodillaron y pidieron a Dios que les devolvieran el taxi. Pocas horas después recibió una llamada; una persona decía que su taxi estaba estacionado cerca de su casa y que debía ir a recogerlo. Cuando el joven fue al lugar indicado, encontró para su sorpresa que no faltaba ni una pieza del taxi. Estaba entero.
Luego me dijo: “Pastor, mis compañeros taxistas me preguntan cómo es posible que lo haya recuperado entero. Yo les digo que la mejor forma es devolver el diezmo porque Dios se encarga de proteger nuestros taxis”. Su historia me conmovió. ¿Crees tú en las promesas de Dios?.
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