"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

viernes, 27 de septiembre de 2013

El Señor Cubre Nuestra Desnudez

Me deleito mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios. Porque él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia. Soy semejante a un novio que luce su diadema, o una novia adornada con sus joyas. (Isaías 61:10)
Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos, intentaron ocultarse rápidamente de la presencia de Dios. No solo era la desnudez del cuerpo lo que intentaban esconder; lo que más les avergonzaba y los llenaba de culpa era el hecho de haber fallado a su Creador. En medio de su indignidad y sin saber qué hacer, tomaron algunas hojas para tratar de cubrirse. Fue un acto de suficiencia propia. En la Palabra de Dios leemos: “Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia. Todos nos marchitamos como hojas: nuestras iniquidades nos arrastran como el viento” (Isa. 64:6).
Cuando estemos desnudas delante de Dios, quizá reconozcamos haber despreciado las vestiduras blancas de santidad, para vestimos de harapos voluntariamente.
Sin embargo, el Señor puede actuar a nuestro favor y cubrirnos con su manto de justicia para así devolvernos la dignidad que hemos perdido. Satanás es el principal proveedor de esa “ropa de vergüenza”. Cuando nos equivocamos y cometemos algún pecado, él está listo para colmarnos de culpa y de autocompasión. Entonces creemos que no somos merecedoras del amor de Dios ni de su perdón. ¡Cuán equivocadas estamos! Dios, que conoce el corazón de sus hijos y lee nuestros pensamientos, puede cubrirnos con su manto de misericordia y librarnos del peso del pecado y de la culpa. En su Palabra leemos: “El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!” (Lam. 3:22-23).
Amiga, despójate de tus harapos. Esto es posible si aceptas la gracia salvadora de Dios y reconoces tus errores, te arrepientes de ellos, y suplicas al Señor que te dé su perdón y tenga misericordia de ti. La vestidura blanca que Dios tiene preparada para ti te permitirá entrar a la fiesta de bodas del Cordero. Pronto el universo entero alabará al Señor con estas palabras: “¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente” (Apoc. 19:7-8).
¡Tú no puedes faltar a ese, el más grandioso acontecimiento de la historia universal!
LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER
ALIENTO PARA CADA DÍA
Por: Erna  Alvarado

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