No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es. Santiago 1:22-24
Muchos cristianos profesos mantenemos una relación pasiva con Dios. Pensamos que escuchar la Palabra con atención y buen ánimo es suficiente para alcanzar una vida santa y consagrada. No somos rebeldes en el momento de escuchar, pero somos rebeldes respecto de nuestras acciones. Nos comportamos como aquel joven que siempre respondía a las indicaciones de su padre con un “sí” aparentemente decidido y firme, pero siempre terminaba por hacer algo diferente, o sencillamente no hacía lo que se esperaba de él.
Abundan en el mundo personas que dicen ser seguidoras de Jesús. Van tras él, se proclaman a sí mismas como “cristianas”, y exaltan los dichos del Maestro.
Sin embargo, proclaman a los cuatro vientos que viven como mejor conviene a sus intereses personales. La mujer que realmente intenta agradar a Dios, estará dispuesta a doblegar su voluntad ante el Señor y a hacer aquello que él parece indicar para su vida.
Amiga, lo que el mundo ve en nosotras es lo que hacemos a cada paso, no solamente lo que decimos. El evangelio práctico, no el teórico, es el que vence al mundo. Hacen falta mujeres que vivan con honestidad, que no se vayan a la izquierda ni la derecha, mujeres cristianas íntegras de la cabeza a los pies. El Señor nos dice: “No se contenten solo con escuchar la Palabra”. Él insiste: “Llévenla a la práctica” (Sant. 1:22).
Pasar de escuchar a practicar lo escuchado es un proceso de conversión que debe tener un inicio en el corazón desde el momento que tenemos un encuentro con Cristo. De no suceder así y que la práctica sea en nosotros el resultado de la conversión que viene por el oír, únicamente seremos como “un metal que resuena o un platillo que hace ruido” (1 Cor. 13:1).
Dice Elena de White al respecto: “No basta comprender la amante bondad de Dios ni percibir la benevolencia y ternura paternal de su carácter” (El camino a Cristo, cap. 2, p. 28). Es necesario que con humildad creciente, y entrega incondicional, permitamos que el Espíritu Santo nos convenza y nos libere de la rebeldía que hay en nosotras.
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