Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios.
Colosenses 1:10.
Colosenses 1:10.
Camino por las calles del recuerdo. Recuerdos imprecisos, que se esconden en el tiempo. Escucho ruidos extraños. Gritos de agonía que sobreviven. Llantos de vida, que languidecen...
La ciudad de mis recuerdos parece indiferente, ciega; como si no quisiese ver nada ni percibir mi búsqueda insistente. Recuerdo mis derrotas, mis frustradas intenciones de agradar a Dios... Y los altos edificios parecen sonreírme, compasivos. Mis intenciones son efímeras como el día; pasajeras como la nube. Nada logro.
En las calles congestionadas de mi juventud, soy apenas eso: una sombra imprecisa y tambaleante, deformada, a veces, por las luces de los autos. Hasta el momento de mi encuentro con Jesús; entonces cobro forma; descubro el rumbo de mi existencia. Y mi camino se ilumina. Ya no tambaleo ni camino en zigzag. Mis pasos son firmes y mis pies, seguros. Finalmente, he aprendido a andar. El versículo de hoy habla de la vida cristiana como de un proceso de crecimiento. Vivir es andar; andar es crecer. Crecer, avanzar.
El error de mi juventud fue andar solo. Me perdía en la arena movediza de mis fracasos. Intenciones frustradas golpeaban mis noches. No había estrellas en mi cielo hasta entender que, sin Jesús, no hay cristianismo. Él es la esencia de la vida; la propia vida, la vida abundante.
Jamás podré expresar mis GRACIAS con palabras. La eternidad no bastará para alabar al que un día me encontró caído, me extendió la mano y me levantó.
¡No luches en soledad! No pierdas el tiempo creyendo que vivir el cristianismo es una misión imposible. No lo es.
Intentarlo solo sí, es vivir y fracasar; buscar y no encontrar; reír y no ser feliz. Hasta descubrir que, con Jesús, la vida es andar y avanzar. Paso a paso. Crecer y vislumbrar un futuro radiante, iluminado de vida eterna.
Por eso, hoy, no salgas de casa sin la certidumbre de que el Señor del cristianismo te toma de la mano y camina contigo. Necesitas hacerlo, “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”.
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