Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública (Hebreos 6: 4-6).
¿Cómo puede una persona crucificar otra vez a Cristo Jesús? La expresión no puede ser literal porque Jesús está a la diestra del Padre en una posición de poder (Heb. 1:3; 8:1). Por otro lado, no crucificamos de nuevo a Cristo cada vez que pecamos. Cristo murió «una sola vez» por nuestros pecados (Heb. 9: 27, 28). Su sacrificio es, por definición, único e irrepetible (Heb. 7: 27; 9: 12; 10:. 10).
Esta expresión es una metáfora de un fenómeno que ocurre en la relación individual entre el creyente y Jesús. El creyente crucifica a Cristo Jesús cuando mata su relación con él. En este sentido el creyente crucifica «para sí mismo» al Hijo de Dios.
Este acto implica un rechazo total del principio esencial del evangelio. Jesús definió la vida cristiana como el acto de «tomar la cruz», es decir, «negarse a sí mismo», y seguirle (Mat.16: 24; Mar. 8: 34; Luc. 9: 23). Esto quiere decir que la aceptación de Jesús en nuestra vida implica la crucifixión del yo (Gal. 2: 20). Por eso, Pablo habla de crucificar al «mundo [...] para mí» (Gal. 6: 14), «la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos» (5: 24), y la «vieja naturaleza» (Rom. 6: 6).
En nuestra vida solo puede haber un rey, Cristo o el yo. No hay lugar para dos. Esto es metafóricamente una nueva crucifixión porque el individuo repite, en el plano personal, el rechazo de Cristo que efectuaron en la cruz las fuerzas del mal en el plano cósmico.
La gran mayoría de los cristianos experimenta una lucha muy difícil para decidir quién controlará su vida. Por un lado aman a Dios y desean cumplir su voluntad. Por otro lado, se aman a sí mismos y desean llevar a cabo su propia voluntad. Aquellos que, después de haber conocido a Dios matan su relación con él, es decir, que cierran totalmente su vida a su influencia, nunca se podrán recuperar de su situación. ¿Por qué? Porque Dios es el que produce arrepentimiento (Hech. 5: 31) y si le cerramos totalmente la puerta, ¿cómo podremos arrepentimos? Ábrele hoy la puerta a Jesús y su voluntad.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Jóvenes 2013
“¿Sabías qué…?”
Por: Félix H. Cortéz
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