"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

sábado, 13 de julio de 2013

¡Orar!

Si tuviese que escribir una biografía de la vida terrenal de Cristo, le pondría por título El Hombre del monte. No solo porque murió en un monte, sino también porque vivió en el monte; solo, buscando a su Padre en oración: ahí estaba el secreto de su vida victoriosa. Después de pasar horas en comunión con la Fuente de su poder, descendía al valle, encontraba a los hombres destruidos por el pecado, y los restauraba; les devolvía la dignidad y las ganas de continuar viviendo.

Los seres humanos corremos el peligro de tomar la vida de Jesús solo como un ejemplo de obediencia; y es verdad que nadie obedeció como él. Pero, antes que ser nuestro ejemplo de obediencia, Jesús es nuestro ejemplo de oración y de comunión con el Padre. El Maestro vino a enseñarnos, entre otras cosas, que solo es posible vivir una vida de obediencia en la medida en que vivamos una vida de oración. Un joven me preguntó, cierto día: “¿Qué se puede decir en una hora de oración? Cuando yo oro, acabo todo lo que tengo que decir en cinco minutos”.

La razón porque la oración de este joven no duraba mucho era que solo oraba con el objeto de pedir, siendo que lo que debía motivarlo no era solo eso; Dios conoce todo antes de que le pidamos: el propósito de la oración es cultivar el compañerismo y la comunión con Jesús. A fi n de cuentas, la vida cristiana consiste en vivir una experiencia diaria de comunión y de compañerismo con él.

La vida de Jesús fue una vida de constante oración. A veces, cansado, después de un día extenuante de trabajo arduo, el cuerpo le pedía dormir. Pero, él buscaba tiempo para conversar con su Padre porque sabía que, al día siguiente, lo esperaba otra jornada terrible de tentaciones y de dificultades, y solo sería posible salir victorioso en la medida en que buscase el poder de parte de su Padre, por medio de la oración.

Haz de tu vida una vida de oración. Ora no solo de mañana y por la noche; ora constantemente, cada minuto de tu vida. Relaciona con Jesús todo lo que haces. En vez de concentrarte solo en las dificultades que enfrentas, direcciona esos pensamientos hacia Dios, y ya estarás en una actitud de oración. 

Que Dios te conceda muchas victorias. ¡Ah!, y no te olvides de que “en
aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”.

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